viernes, 17 de septiembre de 2010

El pensamiento "Nacional y popular".


El dulce encanto de sentirse “progre”

El peronismo esencial –lo afirmaron siempre sus fundadores-, concibe una Nación sin pobres y con justicia justa -valga la redundancia- y no la justicia más blanda para con los humildes por concesión de los poderosos que legislan y administran.

Por Leon Guinsburg


Arturo Jauretche se molestó cuando en 1968, en La Rioja, un joven admirador lo calificó de “maestro de la juventud”. “No admito que me confundan con Juan B. Justo”, le espetó don Arturo.

Sin abundar en explicaciones históricas ni en conceptos ideológicos, la tajante respuesta del pensador argentino estableció la clara diferencia entre la idea nacional y popular y la del progresismo europeo encarnado por el fundador del socialismo vernáculo.

El hilo del pensamiento nacional y popular se remonta desde las luchas independentistas indígenas y criollas hasta la síntesis que significó el advenimiento del peronismo, que hasta el momento perdura. Y que no se revela solo a través de especulaciones ideológicas sino también por actitudes y realizaciones claras y definidas, acompañadas por la aprobación mayoritaria.

El progresismo entiende que es justo reivindicar los derechos de los más humildes, pero desconfía cuando las clases postergadas cobran protagonismo. Lo hizo desde siempre, oponiéndose a la revolución bolchevique en Rusia llegando a aliarse como social democracia en la contrarrevolución con el feudalismo zarista que poco antes coincidió en deponer. Asimismo, la social democracia en el gobierno irresponsablemente permitió el advenimiento del nazismo en Alemania, reprimiendo manifestaciones obreras a la par que lo hacían los freikorps, grupos paramilitares mercenarios de ultraderecha financiados por los barones de la industria que a su vez pertenecían mayoritariamente al partido de Hitler.

Resulta honesto reconocer que en la Argentina el contexto progresista aportó, aún con escasa representación parlamentaria, leyes sociales que fueran luego pauta de profundas reformas laborales instrumentadas por los primeros gobiernos peronistas. El progresismo, asimismo, proveyó a la cultura a través de importantes literatos, hombres de cine y teatro, músicos, plásticos y docentes.

La confrontación

El protagonismo del “subsuelo de la Patria” definido por Scalabrini Ortiz hace a la esencia de lo nacional y popular, o sea el peronismo, su última expresión histórica.

Es el poder de la calle y de las fábricas que refrenda con alboroto cada acción reivindicativa, ajena a cenáculos intelectuales y a militancias restringidas. Es la resistencia enconada a los regímenes de facto y a los gobiernos semidemocráticos prohijados por un gorilismo antiperonista entreguista y antipopular, que obligó durante décadas a una lucha constante utilizando diferentes metodologías, pagando un alto precio de muerte, prisión, exilio y tortura.

La confrontación, ejercicio emblemático del folclore peronista, confunde al progresismo, ala blanda, comprensiva y solidaria, pero parte tal vez involuntaria del mismo sistema donde mandan los poderes económicos vernáculos y multinacionales. En consecuencia, el progresismo, estético y elitista, se constituye en la visión generosa y altruista de un modo de convivencia que admite tácitamente el lugar común “pobres habrá siempre”, pero que más allá de esta condición que suma mal aspecto e ignorancia, los pobres deberán ser bien tratados.

Algo así –valga la metáfora-, como modificar el látigo de nueve colas con bolitas de plomo en las puntas -viejo instrumento de castigo a los esclavos prófugos-, trocando el plomo por goma o plástico.

En tanto, el peronismo esencial –lo afirmaron siempre sus fundadores-, concibe una Nación sin pobres y con justicia justa -valga la redundancia- y no la justicia más blanda para con los humildes por concesión de los poderosos que legislan y administran.

Valgan entonces estas disquisiciones para entender y no extrañarse de que intelectuales “progres” como Caparrós, Lanata y Eliaschev desconfíen, deploren, renieguen, se alarmen, cuestionen y descalifiquen la vocación belicosa de Cristina Fernández y Néstor Kirchner exactamente cuando se miden con el poder espurio y monopólico de los medios tradicionales.

Los “progres”, coherentes con el historial de antisanmartinismo –Rivadavia fue progre en su época-, antirosismo –los unitarios también lo fueron-, antiyrigoyenismo –socialistas, demoprogresistas, comunistas, anarquistas-, y adhesión a la Unión Democrática en 1946 –del brazo con conservadores, radicales y Braden-, apoyan “al más débil en estos momentos”(el Grupo Clarín) , están “podridos de que se hable de los 70” y no gustan de la “crispación que crea el gobierno”. Claro que el radicalismo revolucionario de Alem también “crispó” a los conservadores represivos de los 90; Yrigoyen, en efecto, “crispó” a los filo británicos al sostener la neutralidad argentina en la Primera Guerra Mundial; y Perón “crispó” a la agro oligarquía cuando nacionalizó las exportaciones, entre otras especies.

Lo interesante es la extrañeza de otros progresistas que aprueban las políticas oficiales por la actitud de antiguos congéneres ex compañeros de trabajo, lo que indica que existen variables evolutivas en progresismos devenidos hacia lo nacional y popular. Porque es indudable que es fuertemente peronista recupera para el Estado servicios públicos esenciales, confrontar con el agro fascismo por las retenciones a ganancias extraordinarias, ampliar y consagrar la jubilación del ama de casa, instrumentar la justicia plena paro con los genocidas del Proceso, reestatizar la seguridad social y disolver las estafadoras AFJP e imponer la asignación universal por hijo, legislar por la democratización y desmonopolización de los medios electrónicos de comunicación social y otros ítem largos de enumerar.

Faltan todavía fechas, como establecer el control de precios a los alimentos y productos de primera necesidad, nacionalizar los servicios públicos que siguen privatizados y restaurar la verdadera misión del Ministerio de Trabajo eliminando el perverso SECLO, por el que los trabajadores deben conciliar siempre perdiendo. Pero la política tiene sus tiempos y oportunidades, aunque las corporaciones siempre aguarden agazapadas y prestas a dar el zarpazo.

Surgen de la acción del gobierno de Cristina también improntas “progres”. ¿Cómo no ver bien el enlace civil de parejas homosexuales? ¿Cómo con el laicismo tan arraigado no compartir con el gobierno el diferendo con la jerarquía eclesiástica que califica como un triunfo de Satán el matrimonio igualitario con derechos de adopción y doble paternidad incluidos?

La esencia y la sustancia

Es posible que no toda inspiración de Néstor y Cristina sea virtuosa ni que todo su staff lo compongan personas angeladas. Pero acciones incontrovertibles los ubican en el campo popular y en el andarivel latinoamericanista. Inclusive dentro del peronismo se puede aprobar y coincidir desde otro lugar que omita el discurso transversal, que no siempre es integrador. Baste el ejemplo de una vicepresidencia dilapidada para demostrarlo. Pero el peronismo, como movimiento polifacético, también transitó marchas y contramarchas, avances y recules, grandezas y miserias.

Pero su esencia nacional y popular impresa desde siempre por herencia de las más argentinas fuentes históricas, cuenta con la sustancia imprescindible para desbaratar intereses de grupo o de facción, o asimilar sin retroceder las fuerzas cíclicas de la política mundial.

La masa sudorosa y maloliente, de cuyo protagonismo tanto recela la pituquería “progre” –que no es el progresismo institucional-, y a quien odian las oligarquías, es reaseguro perenne de la marcha del pueblo hacia su destino. De ese pueblo a quien siempre quieren desdibujar otorgándole categoría de “ciudadanos”, “consumidores” o “vecinos”. Porque a veces castiga o ayuda a castigar, como en 1983 y el 2ooo, pero no pierde su derrotero cuando hay que corregir. Entendiendo que no alcanza con reivindicar desde lejos a través de ideologías mediatintistas y que se deben mancomunar los espacios, nada cuesta aceptar que la justicia, la libertad y otros valores que corresponden a todos, más allá de debilidades y errores, solo admiten la terapia de los hechos.

Un gobierno que no confronta con quien debe y se somete a quien no debe resignando su representatividad, indica crisis de sustancia; Una oposición que se enconcubina con otra de signo ideológico absolutamente contrario con el solo objeto de obstruir una gestión, también indica la misma crisis porque resigna representatividad. Una oposición que cambia de signo y destruye lo mismo que construyó, es patológica, y por lo tanto, participa de la crisis de sustancia. Una oposición histórica que se dobla y redobla ante intereses de grupo y bambolea doctrinariamente, también padece de crisis de sustancia. Si la crisis de sustancia permite la irrupción del aventurerismo sin militancia que se arroga determinado signo político en el que no registra antecedentes y su conducta demuestra lo contrario, se trata de una impostura.

Si sujetos de un movimiento nacional y popular prestan apoyo y presencia a un sector de intereses encabezado por el gorilismo golpista y oligárquico que además fuerza el desabastecimiento del pueblo y hace que mueran dos enfermos por no dar paso a ambulancias, esos sujetos reniegan de su pertenencia y de su historia, aún cuando consideren lícito y justo disentir con el gobierno

En otro cuadro, un gobierno que confronta a quien debe confrontar y una oposición que acompaña y se opone a lo que cree que debe oponerse sin pecar de complicidad y obsecuencia con poderes hegemónicos, monopólicos y antidemocráticos, demuestran que no existe crisis de sustancia.

Finalmente, reivindicar lo irreivindicable, es decididamente canallesco.

En tanto, en el perímetro de actitudes nacionales y populares de un gobierno sujeto a controversia, del lado de adentro un progresismo que pugna por acoplarse a un movimiento popular único en el mundo, con matices progresistas y conservadores al mismo tiempo, revolucionario a su modo, en una etapa de inflexión. Del otro lado de la bisagra, pero pegaditas a ella, se alzan voces cuestionadoras, -tal vez por razones de ego, según discurrió el prestigioso Eduardo Aliverti-, pero, aparte de de la connotación psicológica, gozando intelectualmente del dulce encanto de sentirse “progre”.

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