viernes, 15 de noviembre de 2013

Han pasado cinco años desde que Silvia Aguilar González, una empleada doméstica de un pueblito del estado mexicano de Jalisco, falleció a causa de cáncer cerebral a los 37 años de edad, abandonada por toda su familia inmediata, y completamente indigente. Fue el precio que voluntariamente y con júbilo, pagó por salvar del aborto a un niño no nacido.

por Matthew Cullinan Hoffman
GUADALAJARA, 11 de noviembre de 2013 (Notifam.net) – 
Durante cinco años no divulgué la historia de Silvia, esperando tener oportunidad para realizar más entrevistas y buscar documentación que no había podido obtener después de haber perdido contacto con los testigos. Después de una demora tan larga, creo que ha llegado el momento de contar su historia basada en la información que recibí de conversaciones con María Hernández, amiga íntima de Silvia, y con un miembro de su familia política que estuvo a su lado cuando murió en 2008.
El sufrimiento y el gozo de Silvia comenzaron varios años antes, cuando María quedó embarazada de un novio que se negó a hacerse cargo de su hijo. María quería tener un aborto, procedimiento que es ilegal pero desafortunadamente disponible en la ciudad de Guadalajara, donde las dos vivían y trabajaban.
Silvia y María emigraron a Guadalajara desde el mismo pueblito, y trabajaban como empleadas de limpieza para enviar dinero a sus familias, mientras compartían el mismo apartamento. Sus recursos eran escasos, y sus familias no eran de ayuda, pero Silvia fue tenaz en su determinación por salvar al bebé no nacido de María.
“Tu hijo va a vivir”, Silvia insistía a su amiga. “Lo cuidaremos juntas”.
La familia de Silvia estaba enfurecida. La decisión de tener y cuidar al bebé, una pequeña que pronto nació de María, ponía en peligro el ingreso que ambas enviaban a sus hogares, y la familia de Silvia estaba enfurecida porque ella se estaba haciendo cargo de la hija de otra persona.
Según María, se burlaban de Silvia y la frecuentaban poco, acusando a las dos de ser lesbianas. “Ante Dios”, me dijo María, “no es cierto. Ella solo quería ayudarme a cuidar a mi hija”.
Decididas, las dos comenzaron a criar a la pequeña, juntando sus escasos mientras se las arreglaban para enviar algo de dinero a sus hogares. Durante varios años lograron llegar a fin de mes. Silvia y la niña a la que había salvado se volvieron muy unidas, y María luego diría que su hija estaba más pegada a Silvia que a ella. “Le digo a Silvia que ella es su verdadera madre”, María me contó una vez, riéndose.
Sin embargo, un día en 2007, cuando Silvia trató de levantarse de la cama, se encontró con que no podía caminar. Un tumor cerebral incurable y de lento crecimiento, que finalmente haría metástasis y le quitaría la vida, estaba destruyendo su movilidad.
Durante un año, Silvia estuvo confinada a la cama y la silla de ruedas, mientras que los doctores buscaban diagnosticar su problema. María trabajaba para mantener a las dos, y su pequeña hija, que ya caminaba y hablaba, se quedaba con Silvia durante el día. Cuando el cáncer hizo metástasis y a Silvia la ingresaron al Hospital Civil de Guadalajara, María dejó de trabajar y se quedó con ella allí, mientras vivía en un refugio local para visitantes pobres.
Recuerdo mi conmoción al visitar a Silvia en el hospital cuando estaba muriendo, y me encontré con que ni un solo miembro de su familia inmediata había venido a ayudarla o ni siquiera a visitarla. Solo un primo y su esposa estaban presentes junto con María. Yo había llegado en respuesta a un artículo del periódico sobre el caso, que mencionaba la desesperada situación financiera de las dos: sin ingresos, no podían pagar una operación para el cáncer de Silvia. Afortunadamente, un donante generoso y anónimo ya había intervenido para pagar la operación.
Fue al reunirme y hablar con su amiga María que supe de la heroica decisión de Silvia de sacrificar su relación con su familia para salvar y cuidar a una hija que no era suya. Pronto supimos que la operación había hecho poco bien, y su cáncer era incurable. A la edad de 37, a Silvia le quedaban solamente unos días de vida.
Visité a Silvia y María una vez más, en la noche de la muerte de Silvia. Descansaba pacíficamente en la cama, aunque su respiración era cada vez más forzada. María le hablaba al oído durante mucho tiempo, agradeciéndole todo lo que había hecho. Al día siguiente llamé y me dijeron que Silvia recién había fallecido.
Verifiqué con María que, como católica creyente, Silvia había recibido la Unción de los enfermos. Y debo decir que aunque yo no tenga autoridad para pronunciarme sobre tal tema, me parece que Silvia Aguilar González es uno de los innumerables santos desconocidos para el mundo, pero famosos en el cielo, donde sus nombres están escritos en el libro de la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario