Por Rogelio Alaniz
Fue el intendente histórico de Mar del Plata. Los que lo conocieron hablan de un hombre austero, de convicciones firmes y pocas palabras. Polémico, controvertido, ninguno de sus opositores pudo reprocharle alguna falta ética. Como lo dijera en uno de sus últimos discursos, “Gobernar esta ciudad no ha sido ni es difícil. A sus bienes naturales le suma una población laboriosa, honesta, con una visión de futuro”. “Visión de futuro”. Esa fue la luz que iluminaba a este hombre que, como dijera uno de sus amigos, no necesitaba de las encuestas para dar a conocer su punto de vista. Bronzini siempre miró más lejos, siempre levantó la vista hacia el horizonte y, sin embargo, tuvo el talento de ser un político con los pies puesto en el tiempo presente, atento a las necesidades del momento y dispuesto a resolverlas en términos prácticos. Esa síntesis entre visión de futuro y exigencia de presente, es lo que de alguna manera explica su genio político.
Teodoro Bronzini nació en el barrio porteño de la Boca el 10 de agosto de 1888. Era hijo de italianos. Su padre fue piloto de ultramar y se llamaba Juan Bronzini, su madre Luisa Giorgetti. Teodoro nació en Buenos Aires, pero a los cuatro años estaba viviendo en la ciudad que será su patria chica durante casi un siglo: Mar del Plata. Como muchos hijos de inmigrantes tuvo que salir a la calle a trabajar para ganarse la vida y pagarse los estudios. Fue canillita, vendedor ambulente y cadete de hotel. A Bronzini los rigores de la calle no se los contaron, los vivió y sintió en carne propia. Los improvisados oficios no le impidieron estudiar, porque para estos hijos de inmigrantes el estudio, la capacitación, la cultura eran algo bueno, algo que, además, había que conquistar con esfuerzo.
Más allá de los estudios formales, Bronzini, como muchos de los muchachos de aquellos años, fue un autodidacta, un autodidacta que desde su primera juventud se inclinó a favor de los ideales liberales y socialistas, fiel a aquella honorable tradición ideológica que se esforzaba por sintetizar las libertades individuales con la preocupación social, las tradiciones de Stuart Mill y Constant con Marx, Kautski y Laffargue.
En 1912 funda el diario El Liberal y luego La Verdad. Se trata de hojas periodísticas donde se defiende el laicismo, la separación de la iglesia del estado, la libertad de cultos, la enseñanza primaria gratuita, estatal y obligatoria. Y se predica a favor del divorcio, la autonomía municipal, la limitación de las congregaciones religiosas y la reglamentación de leyes de protección a los trabajadores.
Para esos años seguramente ya se ha incorporado a la masonería, es decir a la logia “7 de junio”, nombre puesto en homenaje a Mariano Moreno y la fundación del diario “La Gaceta”. El joven liberal y anticlerical en 1915 se afilia al Partido Socialista. Ese mismo año funda el semanario “El Trabajo” que a partir de 1919 se transformará en diario y así se mantendrá hasta 1974.
En 1917 es electo concejal. Lo será durante dos años, hasta octubre de 1919, cuando el voto del pueblo lo lleve a la intendencia de la ciudad. Para esa fecha tiene treinta y dos años, pero ya es el hombre que será a lo largo de toda su vida. A su austeridad republicana y su infatigable labor de gobierno, le suma notables convicciones políticas progresistas.
En la década del veinte Mar del Plata será gestionada por los socialistas. A Bronzini le sucederá Rufino Inda y entre ambos se irán alternado en el gobierno de la ciudad. Además de intendente, Bronzini se desempeñará como diputado provincial y concejal. Para esa fecha Mar del Plata es hace rato la gran ciudad balnearia. Sus turistas de clases altas ignoran que las comodidades y beneficios que perciben provienen de esas gestiones que aseguran alumbrado, limpieza, seguridad, administración de las playas y una ejemplar convivencia social.
Las gestiones socialistas concluyeron en 1930 con la intervención de los militares. Durante la década conservadora los socialistas en Mar del Plata fueron víctimas del fraude y la violencia política. No obstante ello, Bronzini pudo ser electo diputado en 1933 y en 1934 se desempeñó como constituyente en la convención reformadora de la provincia de Buenos Aires. En ese período propuso la reforma a la Carta Orgánica del Banco Provincia para otorgar préstamos a las municipalidades para la financiación de obras en proporción a los aportes financieros.
Durante los años del peronismo los socialistas lograron mantener representación en el Concejo Deliberante y desde allí fueron serios opositores al régimen. Por su parte, Bronzini fue electo legislador en dos períodos. Desde El Trabajador y La Vanguardia, defendió con coraje las libertades civiles y políticas conculcadas por el régimen. Como socialista, su oposición al peronismo fue dura y tenaz. Fiel a ese legado, en 1955 adhirió a la Revolución Libertadora con la certeza de que se trataba de un movimiento popular similar al que en Alemania e Italia habían derrocado a Hitler y Mussolini.
En 1957 participó en la Asamblea Constituyente que sesionó en Santa Fe y al otro año fue electo una vez más intendente, cargo que desempeñó hasta 1963. Por último, entre 1963 y 1966 fue senador por la provincia de Buenos Aires. Este fue su último cargo público.
Retirado Bronzini, los socialistas continuaron gobernando la ciudad. Incluso en 1973 le ganaron a un peronismo que parecía aluvional. Cuando llegaron los militares en 1976 comenzó su declinación, que se acentuó cuando aceptaron en 1980 ejercer la intendencia de la ciudad en sintonía con las posiciones sostenidas en el orden nacional por Américo Ghioldi. Fue un triste y solitario final para una tradición republicana honorable y progresista. ¿Cómo interpretar esta declinación? Excede las posibilidades de esta nota avanzar en este terreno, pero queda claro que el socialismo marplatense fue víctima de estos históricos y desgarrantes desencuentros políticos e ideológicos que sacudieron a la Argentina.
Como para matizar una realidad deplorable, en 1979 Bronzini mantuvo una suerte de enfrentamiento con el interventor militar de la ciudad. Allí, con casi noventa años, hizo uso de la palabra en un improvisado acto público y se refirió a esa ausencia de visión de futuro de los gobernantes que “siguen creyendo que la democracia puede tomarse y dejarse de lado de acuerdo a la conveniencia de los grupos económicos o al interés de las facciones que se aprovechan de la recurrente debilidad de las instituciones”.
Los errores de los socialistas marplatenses pueden justificarse o no, pero nada de ello impide reconocer los méritos de esta digna tradición política republicana que se propuso desde las municipalidades fundar sociedades más participativas y democráticas. En 1980 un grupo de dirigentes resolvieron rendirle honores a don Teodoro. Habló sin papeles. Sus palabras fueron breves pero precisas: “Yo dejé cuarenta años de mi vida en el servicio público. Sentado en este escritorio o fuera de él siempre tuve en claro una cosa: yo era un servidor público, me debía al pueblo de Mar del Plata y por lo tanto mi obligación era trabajar mucho, hablar poco y sobre todas las cosas respetar a mis mandantes, no importa cual fuera su color político”.
Hace unos años, Alejandro Dolina lo comparó con Kirchner y consideró que Kirchner era un revolucionario y Bronzini un viejo liberal conservador. Como se dice en estos casos, no comparto. Y hay buenas razones para fundamentar mi disidencia. Una de ella, tal vez la más personal, es la que nace del hecho obvio de que a Bronizni no lo imagino rodeado de colaboradores como Báez, Ulloa o Fariña: mucho menos valiéndose de sus relaciones profesionales para despojar a la pobre gente de su vivienda. Como un hombre nacido en el siglo XIX, don Teodoro puede que haya tenido algunas dificultades para entender los nuevos tiempos, pero en los temas donde está presente la honorabilidad de un hombre de bien, no se equivocaba nunca, una certeza de la cual Kirchner nunca pudo jactarse.
Siempre miró más lejos, siempre levantó la vista hacia el horizonte y, sin embargo, tuvo el talento de ser un político con los pies puesto en el tiempo presente, atento a las necesidades del momento y dispuesto a resolverlas en términos prácticos.
“Sentado en este escritorio o fuera de él siempre tuve en claro una cosa: yo era un servidor público, me debía al pueblo de Mar del Plata y por lo tanto mi obligación era trabajar mucho, hablar poco y sobre todas las cosas respetar a mis mandantes."
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