La polaca que se atrevió a denunciar a las redes de trata en la Argentina de los años 30
Un día de mayo, allá por 1930, la vida porteña de los bajos fondos salió a la luz a través del coraje de una mujer que se atrevió a romper el silencio y a denunciar. Los diarios publicaron el relato de una viuda polaca obligada a prostituirse en prostíbulos regenteados nada menos que por la Sociedad Israelita de Socorros Mutuos ‘Varsovia’, recordada como la ZWI MIGDAL. Tenía 29 años y dijo que se llamaba Raquel Liberman.
Adoptó ese nombre para proteger a sus hijos de la vergüenza y de las represalias de sus captores, de los cuales había intentado escapar en dos oportunidades. Ellos integraban una organización de cientos de personas dedicada a explotar los cuerpos de mujeres que convertían en esclavas sexuales.
Liberman había emigrado hacia la Argentina en 1922 junto a sus dos hijos para encontrarse con su esposo que había viajado antes. Era una de las tantas y tantos inmigrantes europeos que escapaban del hambre de posguerra. En el barco, un judío polaco le habló en idish, su idioma materno. Cuando llegó a Tapalqué, en el centro de la provincia de Buenos Aires, se encontró con su marido enfermo que murió al poco tiempo de tuberculosis. Se quedó sola y con dos niños a cargo. La hermana de su marido la llevó a Buenos Aires y junto a su esposo buscaron al hombre que la había contactado en el barco y “la vendieron”.
Cuando Raquel se animó a denunciar, las redes de tratantes y proxenetas ya estaban ampliamente extendidas. Y la situación de miles de mujeres europeas encerradas en los prostíbulos ya estaba instalada como una problemática social. En esa época se hablaba de “trata de blancas”, para diferenciarla de la “trata de negros”, en realidad el comercio de esclavos traídos por la fuerza desde el continente africano.
En el año 1875 se reglamentó la actividad de los prostíbulos en Buenos Aires y comenzó un proceso de legalización de la prostitución. A tal punto llegaba la cuestión que, si bien ley prohibía el involucramiento de mujeres menores de edad, definía una excepción: se autorizaba legalmente el ejercicio de la prostitución a niñas menores de edad si habían sido iniciadas tempranamente.
Existían dos clases de proxenetas: los locales y los de origen europeo. Mientras que los proxenetas locales o nativos se conformaban con ganancias relativamente módicas y explotaban sólo una o dos mujeres en forma personal, los de origen europeo (franceses, rusos, polacos, rumanos) vislumbraban en el “negocio” una gran empresa trasnacional que podía llegar a asumir enormes niveles de organización, poder económico y político, con gran capacidad para coimear a las autoridades y alcanzar sus objetivos con menos obstáculos legales.
La primera red de traficantes había surgido en 1889 y estaba integrada por proxenetas de origen judío cuya fachada era la Sociedad Israelita de Socorros Mutuos ‘Varsovia’. Las mujeres traficadas venían de Europa central y Rusia. A causa de la pobreza y la persecución religiosa que sufrían, sus padres las vendían a rufianes que fraguaban un matrimonio religioso entre la mujer explotada y explotador. Al llegar eran obligadas a firmar un contrato por el que se comprometían a pagar el viaje, la ropa, el alimento, la renta de la pocilga donde la alojaban y su mobiliario. Todo a precio varias veces superior al real, por lo que su deuda se eternizaba y se convertía en un instrumento más de retención.
La “clientela” de estas mujeres traficadas eran en primer lugar inmigrantes europeos que habían venido solos, en búsqueda de oportunidades laborales. Ellos eran consumidores de las “blancas” europeas que terminaron por desplazar a las nativas en el “mercado” del comercio sexual. Pero también había una exclusiva clientela, la alta burguesía porteña, una importante cantidad de señores ricos que consumía, entre sus placeres, una prostitución de alto nivel, mujeres “importadas” especialmente para ellos.
Las tristemente llamadas “polacas” fueron las primeras víctimas que llegaron al Río de la Plata para ser vendidas y encerradas en prostíbulos de la Ciudad de Buenos Aires y otras provincias. Sólo la ZWI MIGDAL llegó a regentear dos mil prostíbulos. Y desde el inicio contó con la complicidad, la tolerancia y hasta con la participación de agentes del Estado, ya sea la policía y otras fuerzas de seguridad, las autoridades migratorias, jueces, políticos o personajes prominentes de la actividad económica y social.
Los intentos por combatir la trata de mujeres fueron muchos, pero nada exitosos. En 1913 el diputado socialista Alfredo Palacios presentó la llamada Ley Palacios, la primera ley en el mundo contra la “Trata de Blancas, la prostitución de niñas y adolescentes y el proxenetismo”. Pero a pesar de su sanción, la aplicación se mantuvo congelada hasta 1960, recién cuando Argentina ratificó el “Convenio para la Represión de la Trata de Personas y la Explotación de la Prostitución Ajena” de la ONU de 1949.
Myrtha Schalom escribió en 2003 una muy recomendable novela basada en la vida de Raquel Liberman, “La Polaca”. En un reciente reportaje afirmó que “lo que ella hizo es romper el silencio para devolverles la dignidad a esas mujeres prostituidas, que hoy hay que seguir manteniendo y defendiendo, porque lamentablemente la trata sigue existiendo”.
Luego de la denuncia de Raquel, hubo un juez que tomó la decisión de dictarle prisión preventiva a
108 proxenetas y la captura internacional de 334 prófugos. Pero en poco tiempo, la Cámara de Apelaciones revocó la medida para 105 de ellos por falta de pruebas y testimonios insuficientes.
Cuatro años después, Raquel murió de cáncer de tiroides, mientras que sus tratantes siguieron libres.
“Entre los papeles de Raquel encontré que ella estaba pidiendo una visa para volverse con sus hijos a Polonia en 1934, cuando ya Hitler era canciller en Alemania. ¡Qué desesperación tendría esta mujer por escaparse de acá para pedir eso!”, reveló Schalom.
María Paula García – @MariaPaula_71