sábado, 18 de septiembre de 2010

Los montoneros planean seguir la guerra.

A enterrar las armas

La afirmación de un ex montonero, en este momento social, refleja una gran insensatez, poco sentido de la democracia y bastante cinismo.

Por Rafael Velasco, sj. - Rector Jesuita Universidad Católica de Córdoba



Hace pocos días fue noticia la reunión de ex integrantes de la agrupación Montoneros aquí en Córdoba.

En esa ocasión, uno de sus ex líderes –Guillermo Martínez Agüero– volvió a tocar un tema que es sumamente sensible en la memoria colectiva: el lugar de las armas en la política. Martínez Agüero dijo: “Los Montoneros no hemos enterrado las armas”. Y afirmó que no es el tiempo de las armas, pero que son una opción en el momento en que sea necesario.

La verdad es que llama mucho la atención esa afirmación tan fuera de tiempo y de sentido común. Da para pensar: la “vanguardia esclarecida”, nuevamente en la retaguardia, fuera de tiempo y de lugar.

La primera pregunta que a uno le surge es: ¿Cómo es posible afirmar esto después de todo lo que hemos pasado en nuestra sangrante historia reciente? Esa afirmación, en este momento social, refleja una gran insensatez, poco sentido de la democracia y, al mismo tiempo, bastante cinismo.

Nostalgia mal digerida. Uno debe suponer que la afirmación es más bien fruto de una nostalgia no bien digerida, o de una ingesta ideológica rancia.

Sólo así se entiende esa insistencia en que las armas pueden lograr algo, cuando la realidad se empecina en devolvernos lo contrario; cuando es clarísimo que la violencia política lo único que nos ha traído a los argentinos es más violencia, rencor y mucha desdicha.

Ni qué decir de que esas armas dieron la coartada perfecta a los autoritarios para justificar lo injustificable: el terrorismo de Estado y su secuela de torturas, desapariciones, violaciones de los derechos humanos; en suma, la página más trágica de nuestra historia.

Otra violencia. No hay que ser ingenuos. Hay instalada otra violencia, sorda, de guante blanco, que hace estragos. Una violencia que no usa revólveres ni ametralladoras, pero que excluye, asesina de hambre y desnutrición, deja fuera de condiciones de vida dignas a un número cada vez mayor de argentinos.

Esa violencia de un modelo económico y social excluyente es la que hay que combatir con todas las fuerzas, pero con otras armas. Esa violencia que se escuda en oficinas muy bien decoradas, en boards (comités directivos) muy pulcros, en algunas bancas con dietas, detrás de rentabilidades excesivas; a ésta hay que combatir, con creatividad, compromiso político y participación ciudadana.

No serán las armas de la década de 1970 ni la violencia callejera las que nos llevarán a la justicia social. Cuando se quiere imponer con sangre, la sociedad queda herida. Y vuelve la rueda de venganzas e injusticias.

Otro es el camino. El derrotero a desandar es el camino paciente de los pueblos que luchan, de los ciudadanos que deben comprometerse, de un sistema de partidos que funcione, con políticos que honren la actividad para el bien de las grandes mayorías, el camino de las universidades volcadas a la formación de ciudadanos comprometidos para construir una sociedad mejor, produciendo conocimiento para transformar la realidad. Este camino es arduo y lento, pero no parece haber otro, si de verdad se quiere construir algo duradero.

Como sociedad, aún nos falta mucho compromiso, pero hay que intentarlo desde la pluralidad ideológica, desde las convicciones democráticas, con la participación de todos.

Éstas son las armas. Las otras, las que mentan nostálgicos ideológicos, deben ser enterradas de una vez por todas.

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