viernes, 20 de junio de 2014

Edonismo genocída hembrista.

HISTORIA DEL FEMINISMO LATINOAMERICANO


NO A LA MATERNIDAD, SI AL PLACER
(AW) La revista “Ideas de Izquierda” público en su último número un adelanto del libro "Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo” de Mabel Bellucci, una activista feminista queer.
feminismo

Mabel Bellucci
Activista feminista queer.
A lo largo de esta década, de una u otra manera,
las referentes de los feminismos históricos del
Cono Sur llegaron a conclusiones convergentes
al cuestionar las diferentes opresiones que atravesaban:
tal coyuntura les planteaba a las mujeres
una necesidad de responder a los nuevos
desafíos. Por caso, la paz en Centroamérica, el
impacto de las políticas de ajuste del Fondo Monetario
Internacional sobre la vida cotidiana y
las necesidades básicas, el desarrollo de estrategias
de sobrevivencia, las secuelas de las dictaduras
militares, las democracias emergentes y
el afianzamiento en los órdenes institucionales,
entre otras variedades temáticas. La agudización
de la crisis económica del continente impulsó
a las mujeres a incorporarse masivamente
al mercado de trabajo tanto formal como informal.
Las más pobres, en cambio, tomaron bríos
para constituir estrategias colectivas en términos
de producción, consumo de bienes y servicios1.
El movimiento feminista se ensanchó en forma
visible y vertiginosa en toda América Latina desde
esa década en adelante. “Fue un crecimiento
desplegado en las más diversas situaciones: de
transición democrática, de democracias acotadas,
en situaciones de guerra y de violencia, en
propuestas de construcción socialista y en situaciones
de profundas crisis económicas”, como se
concluyó en la Plenaria Final del V Encuentro
Feminista Latinoamericano y del Caribe en San
Bernardo, en 19902. Mientras tanto, en los países que atravesaron
la experiencia traumática del terrorismo de Estado
o de guerras, las organizaciones autogestivas
por los derechos humanos adquirieron una
relevancia política significativa dado su protagonismo
a través de acciones comunes. Así se
generaron nuevas propuestas de participación,
tomas de conciencia, tomas de palabra. En ese
marco, las mujeres operaron como figuras con
capacidad de resistir el orden violentado por los
regímenes totalitarios. De ese modo, se conocieron
mundialmente los comités de madres y
familiares de presos políticos, sociales y desaparecidos.
La necesidad de justicia y verdad aglutinó
la búsqueda: la desaparición forzada, los
centros clandestinos de tortura, los presos políticos,
los refugiados, las legislaciones de pacificación
nacional, las matanzas en masa y
el pedido de cumplimiento de condenas a los
responsables de crímenes de lesa humanidad,
representaron algunas de sus banderas más distintivas.
Tununa Mercado sostiene: El feminismo en América Latina, en los países
donde hubo en esos años las condiciones mínimas
para que surgiera, logró decir lo que tenía
que decir con diferentes voces. Por cierto, su diversidad
es su distingo. Fue un objeto tan contundente,
con una densidad y un volumen tan
altos y al mismo tiempo con una flexibilidad y
una capacidad de infiltración tal que logró implantarse
de manera irreversible en la conciencia
colectiva3.
Entre tanto, la historiadora feminista Marysa
Navarro dispone de otra lectura en cuanto al
desplazamiento de los feminismos en América
Latina, un continente que había permanecido
aparentemente ajeno al movimiento de liberación
de la mujer:
Si bien había grupos feministas en algunos países
como México, Colombia o Brasil, no parecía
existir un movimiento de proporciones continentales.
Los hechos daban ostensiblementerazón a aquellos o aquellas que veían al feminismo
como un fenómeno característico de los países
industrializados pero sin futuro en América
Latina y a las feministas como pequeñas burguesas
que se habían entusiasmado con una moda y
no se daban cuenta de que le hacían el juego a
los Estados Unidos4.
En verdad, estos feminismos nacieron en contextos
de dictaduras militares y lucharon codo a
codo junto con una diversidad de movimientos
sociales por la vuelta de la democracia. En esa
batalla cuasi monolítica frente a un enemigo común,
se intentaba superar las diferencias entre
los propios grupos feministas para mantener una
consonancia ante las exigencias del momento,
que requería la construcción de una alternativa
sólida contra los militares. Existían espacios para
todas sin exclusión alguna. Este movimiento, al
reflejar una multiplicidad de procesos que expresaron
los infinitos y contradictorios contextos en
que se incorporaron las mujeres, con esa riqueza
y esa potencialidad, contribuyó a enfrentar
la cultura autoritaria militar en nuestra región.
También la coyuntura ofreció nuevas oportunidades
de intervención por fuera de los ámbitos
políticos convencionales que brindaban autonomía
suficiente por su falta de estructuras jerárquicas
y su diversidad de procederes.
Asimismo, en los inicios de los años ‘80, representaron
también una fase de intensa producción
intelectual del movimiento a través de
la prensa alternativa, las cartillas, tesis académicas,
cátedras universitarias, edición de libros
específicos, realización cinematográfica, televisiva
y radial, separata de suplementos en diarios
y revistas, seminarios internos, encuentros
nacionales y congresos internacionales. Incluso,
organizaron su pensamiento en términos
propios y sin más forjaron un universo discursivo
desde pautas estrictamente feministas para
desembocar, años más tarde, en una epistemología
antipatriarcal y frontal contra la heterosexualidad
como régimen político.
Como modelo de acción se las ha visto sumamente
movilizadas en las primeras filas de
una diversidad de luchas: marchas de obreras
despedidas, acciones de protesta contra la violencia
ejercida hacia las mujeres y menores de
edad, grupos de trabajo y talleres de reflexión
con refugiadas y exiliadas, apoyo a mujeres
violadas y abusadas sexualmente, participación
en las marchas de las minorías sexualesy en las movilizaciones en favor de la conquista
por el aborto libre y gratuito. En fin, esta
década les posibilitó expresar una mayor rebeldía
frente al orden que las sometía como una
máquina trituradora que siempre va por más.
Sin embargo, aunque la cuestión de la pluralidad
social, cultural, étnico-racial y geográfica
de nuestro continente se hizo presente en los
distintos encuentros latinoamericanos y fueron
acompañados por un conjunto de reclamos
precisos, no hubo un compromiso político
por parte del feminismo hegemónico blanco,
heterosexual, para derribar el carácter racista
tanto en su hacer como en su pensamiento. Sin
duda, se presentaron grandes dificultades en la
comprensión y en el abordaje de otra identidad
por fuera del modelo colonial etnocentrista.
Por lo tanto, entre esta identidad y la genérica
quedó impreso un vínculo de subordinación.
Luego, numerosas profesionales de las ciencias
sociales militaron en las filas del feminismo
y avanzaron con datos, informaciones y antecedentes,
para dialogar más tarde con instituciones
receptivas las propuestas que ellas habían
elaborado. Aun así, la fuerza de las organizaciones
de mujeres era, más bien, una fuerza de
resistencia hasta ese momento, si bien las aperturas
democráticas de la región ampliaban los
espacios institucionales. Por otra parte, ellas salieron
de los pequeños grupos para integrarse a
organizaciones nacionales más complejas. En
aquel tiempo, tuvieron que imaginar ese salto en
la medida que, al presentarse en la arena política
con un punteo claro de demandas y diagnósticos,
ingresaban en el juego gubernamental con
la exigencia de constituir áreas de influencia para
las mujeres en la formulación de políticas públicas
específicas que se intentaban diseñar.
Las peticiones feministas desplegaron una heterogeneidad
de cuestiones que, por cierto, superaban
las alternativas previstas. Los reclamos se
movilizaron en diversas direcciones y propusieron
fórmulas disímiles en relación con el Estado,
las instituciones y la propia experiencia de resistir.
Del mismo modo, esta etapa estuvo cruzada
por agendas internacionales de mujeres estimuladas
lo suficiente como para ganar espacios y luego
presionar hacia el interior de sus propios países.
Ahora bien, viniendo de esas canteras concretas,
los feminismos de América Latina –varados
en procesos de resistencia y luego de interlocución–
fueron dimensionados por las activistas
y además por las académicas argentinas, quehasta esa época solo miraban hacia el Imperio.
Entonces, los enfoques múltiples a partir del
conflicto social y cultural operaron como motor
de la crítica transfronteriza, desparramados
en un movimiento por fuera del colonialismo
blanco y eurocéntrico. En especial, los Encuentros
Feministas Latinoamericanos y del Caribe
marcaron una ruptura de toda ilusión de homogeneidad
entre el Norte y el Sur. Y desde sus
inicios, en 1981, no se pudo negar más otros tipos
de rostros de mujeres que planteaban su incomodidad
a las trampas de la exclusión y a un
diverso teñido de desigualdad, en sus múltiples
facetas. A partir de la autoidentificación de chicanas,
negras, indígenas, mestizas, campesinas,
pobladoras pobres urbanas y rurales, migrantes,
lesbianas, inmigrantes irregulares, trabajadoras
a domicilio, jornaleras, refugiadas políticas
y económicas, entre otras, resultó decisivo para
estos feminismos alejarse de las tendencias
de proyección global que imponían una falsa
unidad instalada por el proyecto civilizatorio
occidental. Así, ese modelo blanco y heteropatriarcal
se había inscripto como una matriz monocultural
universalista. No cabe duda de que
los feminismos de la década anterior hicieron
su recorrido desde allí y no avizoraron en el horizonte
cercano la posibilidad de fugar de esos
paradigmas centrales.
En paralelo, se gestó un ensanchamiento de los
márgenes de los movimientos populares de mujeres
en la región. La consagrada periodista feminista
Ana María Portugal, en el prólogo de Entre
la democracia y la utopía, cierra con una hipótesis
potente: “La convergencia entre movimiento
feminista y movimiento de mujeres fue el mayor
aporte que dio América Latina al feminismo internacional”
5. Justamente, esta multiplicidad de
diversidades definieron sus propios intereses específicos
dentro de un marco general de lucha,
que incluyó las cuestiones de la subalternidad y
el cuestionamiento al heterocapitalismo como
un reclamo de su propio perfil. Portugal no se
equivocó: esta confluencia entre ambas vertientes
representa nuestra marca en el orillo.
1. Frente a estas circunstancias económicas de corte
neoliberal, otros acontecimientos históricos se abrirían
al calor de esta coyuntura: la Revolución Nicaragüense,
en 1978, protagonizada por el Frente Sandinista
de Liberación Nacional (FSLN) generalizó la
situación revolucionaria en el resto de Centroamérica,
especialmente, en El Salvador. Un año después,
se constituyó la Coordinadora Político Militar, integrada
por las Fuerzas Populares de Liberación “Farabundo
Martí” (FPL), inspirado en el sandinismo
para obtener la victoria militar.
2. S/R, “Documento: El feminismo de los 90. Desafíos
y propuestas”, Mujer/Fempress 111, Santiago de
Chile, 1991.
3. Tununa Mercado, “Ser mujer y ser feminista en
América Latina”, Fem 73, año 13, México, 1989, p. 26.
4. Marysa Navarro, “El primer Encuentro Feminista
de Latinoamérica y el Caribe, 1982” ideasfem.wordpress.
com.
5. Ana María Portugal, “Entre la democracia y la
utopía”; en Transiciones. Mujeres en los proce

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