jueves, 20 de febrero de 2014

La pequeñez de DÉlia ante gigantes como San Martín y Bolivar.

Educando a Luis D'Elía, el fusilador compulsivo

Educando a Luis D'Elía, el fusilador compulsivo

Ayer, el dirigente político Luis D'Elía emitió a través de Twitter dos comentarios en los que pedía que el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, fusile al opositorLeopoldo López, acusándolo de ser "agente de la CIA".

No conforme con demostrar en el primer tuit su desconocimiento de las leyes del país bolivariano (en Venezuela no hay pena de muerte) Luisito fue por más y emitió un segundo comentario, bajo la forma de pregunta/respuesta:


Tal vez la ofuscación y el apuro del momento, al ver al benemérito heredero de su adorado Hugo Chávez asediado por las "hordas fascistas", llevaron a D'Elía a ofender la memoria de nuestro gran héroe nacional, el General José de San Martín, al sugerir que éste compartiría su retorcido razonamiento.

No sería bueno dejar pasar semejante insulto, por eso permitamos que sea el propio Libertador quien le conteste a este profeta del odio a través de sus actos, que lo ubicaron en el sitial de honor de nuestra historia:
"Siete días después de Maipú, San Martín tuvo otro de esos gestos magnánimos, frecuentes en su vida. Osorio, al fugar, había dejado la valija de su correspondencia secreta, que cayó en poder de O'Brien, y éste la entregó cerrada a su jefe. Esa valija guardaba cartas de espías y traidores que avisaban desde Santiago a los realistas, los movimientos de los patriotas. San Martín pudo utilizarlas como cabeza de procesos y motivos de venganza; pero optó por quemar esos documentos.  
El 12 de abril se dirigió con el fiel O'Brien a un rancho de El Salto, en las afueras de la capital, y allá, sin testigos imprudentes, mandó encender una fogata, en la que fue arrojando, con su propia mano, aquellos papeles de infamia. San Martín, sentado en una tosca silla, a la sombra de un árbol y con el paisaje de los Andes en torno, veía la llama roja retorcerse en el aire, mientras las cartas quedaban convertidas en cenizas y sepultadas en ellas los nombres de los que traicionaron.  
En aquel sitio, O'Brien construyó, años después, una cabaña de recreo, en la que conservó la silla de San Martín con un letrero en que rememoraba aquel gesto de bondad". 

(Extractado del libro: "Panoramas de América" de Juana Caso de Sedano Acosta- Ed. Kapelusz) 

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