domingo, 15 de enero de 2012

Malvinas:“Deberíamos repetir el éxito de la entrega de Hong Kong y prepararnos para darle las islas a Argentina”.



El periodista británico Simon Winchester (famoso por haber cubierto la represión de Bloody Sunday y el caso Watergate) escribió una columna para el diario The Times en el que coincidió con Héctor Timerman en que las Islas Malvinas deberían ser de soberanía argentina. “Deberíamos repetir el éxito de la entrega de Hong Kong y prepararnos para darle las islas a Argentina”, dice.
“El problema de las Malvinas -uno de los dos problemas postcoloniales verdaderamente contenciosos que le quedan a Gran Bretaña, Gibraltar es el otro- se está intensificando otra vez, y de manera siniestra. Se están convocando embajadores, se están haciendo declaraciones en las asambleas nacionales, se están dando discursos belicosos, se están desempolvando viejos planes de invasión y se están reconsiderando reacciones de defensa navales a larga distancia; y todo ello con un cansado suspiro de exasperación y lamentos de “¿cómo se llegó a todo esto otra vez?”.
El petróleo es una respuesta, el pescado es otra, así como el orgullo nacional, considerado oficialmente “en riesgo” otra vez, tanto en Londres como en Buenos Aires. Los principios políticos soberanos (la autodeterminación de los isleños, de manera notable) se desafían. Los modos de vida de la isla largamente venerados (scones a la hora del té, conducir por la izquierda, recolectar algas marinas, hablar en inglés) están en la cola.
Si el tiempo se acelera, podríamos ver hablar de 1982 otra vez. Lo que es actualmente un problema podría convertirse luego en una crisis. Después de un intervalo de treinta años, sale a la palestra el pensamiento de que el tesoro difícilmente permitido podría gastarse bien otra vez y la valiosa sangre derramarse una vez más para hacer frente a un problema que Jorge Luis Borges ridiculizó como “dos hombres calvos luchando por un peine” durante el último enfrentamiento desordenado entre Argentina y Gran Bretaña.
Tenía razón entonces y sería correcto si alguien lo dijera otra vez. Otra guerra sería inútil. Seguramente haría que la última haya sido casi totalmente inútil. Y si los británicos nos molestamos en pelearla con nuestras fuerzas considerablemente disminuidas, probablemente perderíamos. Esas son las crudas realidades que deben considerarse en Whitehall. Seguro lo piensa, en los polvorientos rincones del departamento de Estado, un gobierno estadounidense que ha señalado que de ninguna manera vendría esta vez en nuestra ayuda, ni abierta ni secretamente. No deberíamos ser tan necios ni miopes como para intentar resolver este problema una vez más con pistolas.
Sin embargo, es un problema que podría resolverse, y en su totalidad, con diplomacia y sentido común. Podría y debería resolverse, en particular porque es bastante absurdo que nuestra relación con un país latinoamericano importante sea tan incómoda por esquivar un problema tan mezquinamente. Hay al menos dos precedentes para guiarnos, y uno de ellos involucra a una nación que la mayoría de los británicos consideraría tan poco fiable como hemos considerado siempre a Argentina.
Este precedente involucra a China. Este es un país que tiene un registro de derechos humanos miles de veces más espantoso que el de Argentina -y aún nosotros los británicos hemos confiado implícitamente desde 1997 que los chinos, según lo acordado, cuidarían y quedarían bien con seis millones de ex ciudadanos británicos de nuestra antigua colonia en Hong Kong. La garantía que les obligamos a firmar (entendiendo que “obligar” es cómo Whitehall elige a ver las cosas) sostenía que, durante 50 años después de la entrega del 30 de junio de 1997, se preservaría el modo de vida de la población local (té oolong en el Salón Clipper, revistas porno con papel pegajoso aplicado en las partes picantes, concesionarios de Rolls Royce en cada esquina, zapatos blancos sólo en el Club de recreación de damas, una escala fija de remuneración para las criadas de Filipinas).
Fácilmente se concedió la soberanía china sobre el territorio (no podría haber ninguna otra discusión sobre ello, realmente, ya que China era propietaria del suministro de agua y tenía un ejército diez veces más grande que el nuestro) pero el estilo de vida colonial se podría conservar.
(…) Por lo que respecta al petróleo y el pescado -los asuntos que realmente preocupan a las tres partes- se podría convenir una solución negociada. Tal vez cada uno (Londres, Buenos Aires y Puerto Stanley) recibiría un tercio de los ingresos, y las proporciones cambiarían a medida que van pasando los años.
Los problemas pueden comenzar en esos detalles financieros: las conversaciones podrían tardar años. Pero hablar es mucho mejor que pelear. Siempre y cuando el principio básico -el de intercambiar soberanía por garantías, permitir que una bandera argentina azul ondee sobre la casa de Gobierno de Stanley, sólo mientras un taxi de la isla pueda transitar por Tatcher Drive por la mano izquierda- se acuerde desde el principio. Entonces, algún sentido podrá volver al Atlántico Sur, y podrá evitarse el miedo a esta situación extraña e innecesaria que se dispara nuevamente fuera de control, de una vez por todas”.

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