Somos todos progresistas
Por Nicolás Márquez.
De las candidaturas presidenciales en danza, ya se confirmó que las más relevantes serán: Cristina Fernández (progresismo corrupto), Ricardo Alfonsín (progresismo sin testosterona); Eduardo Duhalde (progresismo grasa), Elisa Carrió (progresismo místico); Hermes Binner (progresismo flemático); Alberto Rodríguez Saá (progresismo feudal); Jorge Altamira (progresismo trotz-quiste).
Vale decir, tenemos un racimo de versiones del progresismo, como si estas inminentes elecciones fuesen no una oportunidad para apreciar las diferentes ópticas filosóficas en pugna, sino una mera interna de candidatos con ideas repetitivas, redundantes e incontrastadas. El único candidato que “amagaba” con tibieza y discreción diferenciarse ideológicamente del gobierno (en al menos dos o tres anécdotas) es el timorato de Mauricio Macri, que como se sabe, nunca deja de ser un pálido puntero municipal.
En Argentina no tenemos un solo candidato similar a un Piñera, un Uribe, una Keiko o un Rajoy (por citar actuales de la política hispanoahablante).
En suma, tenemos que optar entre el progresismo “malo” y el progresismo “bueno”, pero progresismo es lo que al fin tendremos. Una sociedad enferma sólo puede engendrar líderes enfermos. Mutatis mutandis, una sociedad progresista sólo puede engendrar líderes progresistas.
Ocurre que la sociedad argentina en su mayoría es progresista. ¿Será por eso que no progresa?
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