martes, 23 de noviembre de 2010

Mendoza para todos y todas.

Dónde habita el olvido: Villa Escorihuela, un año después

El niño suicida. La niña con cáncer. El hombre con gangrena. La mujer que desfallece sobre las vías del tren. El hambre, el frío, el calor, la sed, la transpiración, la espera: todo sigue igual en el Escorihuela. El periodismo es una mierda que no sirve para nada. Un kilo de cartón tiene más sentido que todos los diarios del mundo y el aire acondicionado es la palabra de Dios en la Tierra.
Hace un año, principios de noviembre de 2009, hicimos la primera nota en el asentamiento Escorihuela. Elegimos como título “Postal del infierno a cinco minutos del Kilómetro Cero” con la intención de poner acento en una realidad muy cruda y muy a mano al mismo tiempo, la de cincuenta familias de mendocinos sobreviviendo de infrahumanas maneras.

La intención fue construir una postal de esa Mendoza que no queremos ver, un testimonio en carne viva del presente que supimos conseguir. Es así: de un lado de la calle Tiburcio Benegas, el bien ganado confort de la clase media de la Sexta Sección, ese que logra con sostenido esfuerzo y ese mismo que se defiende con uñas largas y dientes afilados. Del otro lado de la calle, a escasos metros, florece un tártaro indecible para decenas de niños que, no obstante, se ha vuelto cotidiano.

Desde la ventana de unos, se ve el modo de atravesar la experiencia de la vida de los otros.

Galería:

Publicada la nota y leída por miles de mendocinos, imaginaba uno, con error, que las personas directamente involucradas en estos dolores –funcionarios municipales y provinciales en particular– se ocuparían del tema. ¿Por qué? Pues porque precisamente para ello les pagamos, porque si resulta que sos funcionario y te enterás que hay niños cuyas vidas corren riesgo, bueno, ya saben ustedes, amigos, uno tiene que justificar, a través de la acción, el paso por el mundo.

Sin embargo, ha pasado un año y resulta los tipos no hay hecho un carajo. La coartada para no hacerlo es bárbara: la municipalidad de Capital y el Gobierno de Mendoza no hacen nada porque los terrenos son nacionales y Nación no hace nada porque la responsabilidad es de la comuna y la provincia.

Nadie quiere mirar hacia allí adentro. Tal vez por esto, vamos a dar algunos detalles de la vida en el Escorihuela para que los responsables tomen nota. Trataremos de ser precisos, con la secreta esperanza de que, un año después, los responsables tomen cartas en el asunto:

* El bebito de Mirta nació prematuro, ya saben, con los intestinos afuera y, bueno, anda con una bolsita colgando, en ese lugar inmundo.

* Hay un nene de cinco años que es sordo y mudo y nunca se sabe bien cuál es su nombre

* Hay unas mellizas de un año, “que parece que tuvieran seis meses”.

* Hay una familia con tres chicos discapacitados.

* María se desvaneció el otro día. Cayó de cabeza contra un riel y, por supuesto, no hubo atención médica para ella. Menos mal que no le pasó nada: sus dos hijos dependen de que esta señora siga firme en el cartoneo.

* La Pamela tiene una niña con problemas en el corazón y parece que con cáncer también.

* Los niños de Pamela, Cristina y Violeta están todos brotados. Unos dicen que por el agua que sale del único surtidor disponible para todos; otros dicen que por la tierra y la basura, toneladas de ellas disponibles para todos.

* Miguel sigue sobreviviendo solo; para comer va hasta el Carrefour y cuida algunos autos, a cambio de monedas.

* A la hija de Roxana se le pira un ojo, ya saben, hace la suya, de repente, el ojo…
* Jorge y su mujer sobreviven con una pensión. Jorge, como casi todos aquí, es cartonero. Tiene diabetes, 86% de discapacidad, perdió la vista de un ojo y perdió un dedo con gangrena. No se medica. Hoy salió a buscar cartones y consiguió apenas dos cajas.

* A José le falta un brazo. Con el otro, abraza como puede a alguno de sus seis hijos. Gana sus monedas vendiendo bolsas de nylon por la calle; cómprele si se lo cruza.

* Los hijos de Victoria tienen “problemas psiquiátricos”: depresión, ciclotimia. Se llaman Eliel y Misael, de 9 y 11 años. El más chico tiene hipotiroidismo, esperó por cuatro meses un turno y, cuando llegó, los médicos estaban de paro. El más grande tiene tendencias suicidas y reacciones violentas. Victoria llora mientras lo cuenta. Nos ofrece ir a charlar con los niños y le decimos que no.

Podríamos seguir, pero la intención es, bueno, ya saben ustedes, no aburrir con las enumeraciones. Dejemos, en cambio, un testimonio a esta altura del reporte: qué bueno que existe en el país la Asignación Universal por Hijo, pues, gracias a esta medida, todos estos niños comen –no como deberían, pero comen– y van a la escuela.

¿Cómo es posible que nadie se haga cargo de traer un poco de dignidad a esta planicie de carencias, junto a las vías del tren? Cambiemos de tema.

El asentamiento Escorihuela ha sido erigido sobre unos terrenos de enorme valor inmobiliaria. A cinco minutos del kilómetro cero, las obras proyectadas en su entorno hacen que aparezca como inmediata la necesidad de una solución para disponer de estas valiosas hectáreas que bien podrían maridar con una nueva estación de trenes, el Parque Central, propiedades horizontales inteligentes e incluso un shopping que proyectaría allí Puerto Madero.

No, así tampoco. Cambiemos de tema.

Viene el verano, ya saben, hace calor. El invierno fue durísimo, pero, por suerte, Edemsa podó árboles de la Quinta y Sexta y fue a tirar los descartes allí, de modo que estas 250 personas tuvieron cómo engañar un poco el frío en los huesos.

Viene el verano ahora: casi no hay agua potable allí, hay peligros de dengue, de cólera, de sarna, diarreas y conseguir llenar un balde del único surtidor, después de hacer la cola, ya saben, te deja transpirado y no hay piscina ni licuado ni split libro de Osho ahí ni…

No hay caso. Dejemos que hablen ellos, mientras tomamos mates dulces en una de las casas y, cuando podemos nos reímos de tanta miseria junta, por qué no.

+ “Sabemos que no nos quieren acá. Nosotros entendemos eso. Entonces, busquemos un lugar. Queremos tener una casita y pagar por ella. La gente de la CTA nos está ayudando, pero ya hemos presentado como diez notas pidiendo una solución y nadie se anima a agarrar la sartén por el mango”.

+ “Al menos que nos pongan la luz, con medidores incluso o que nos pongan otro surtidor. En algunos barrios entregan bolsones. Acá nadie entrega nada y ni siquiera las ambulancias entran cuando hay una urgencia. Hemos ido a ver a Ciurca y nada; a Fayad y nade. Para presentarle una nota la intendente de Capital, nos pidieron que pagáramos once pesos, si no, él no la leía. Los pagamos y nunca tuvimos respuesta”.

+ “Dos chicas trabajaban en servicio doméstico en casas de la Sexta. Las echaron cuando se enteraron que vivían acá. Dicen que somos todos chorros. En parte tienen razón, porque a las noches, hay muchos robos en la calle Suipacha, en los puentes de hierro y a veces en la calle Tiburcio Benegas. La policía no hace nada y los chorros no viven acá, pero se meten a nuestro barrio porque hay salida para todos lados. Acá no hay aguantaderos, puede entrar la Policía y averiguarlo. Se van a dar cuenta que no somos nosotros”.

Basta ya, cállense un poco. El calor es insoportable y los mates se toman amargos. Salimos afuera. Hacemos unas fotos. Un año después, la misma rutina periodística para nada. Por donde uno mire, verá carencias y dolores. Ser pobre es una de las más exactas formas de la condena.

Hoy no es un buen día: no hay camión. Cada tanto, viene al Escorihuela un camión a llevarse los cartones, los vidrios, los metales y paga por esa carga. Si el estómago o los niños se quejan mucho y el camión no aparece, queda la alternativa de conseguir un carrito prestado –algunos vecinos tienen y lo prestan– y llevar la carga hasta una chacarita que está del otro lado de Guaymallén o a otra que está atrás del Hipercerámico, en Las Heras. Serán algunas horas de ida, algunas de vuelta, pero, bueno, la vida está hecha de horas y será más llevadera con algunos pesitos en el bolsillo.

Queda decir que si alguien quiere donar algo, puede llamar a los números de Cristina –155637488– o de Victoria –153440799– o llevar la donación (ropa, calzados, comida, juguetes y etcéteras) al diario y nosotros la acercaremos.

El calor y la tierra se complotan. Este lugar es insoportable. Hay que huir, volver urgente al diario, al amparo del aire acondicionado y la virtualidad como refugio de la conciencia.

Un año después, todo sigue igual en el Escorihuela. El periodismo es una real mierda que no sirve para nada. Un kilo de cartón tiene más sentido que todos los diarios del mundo. El aire acondicionado es la palabra de Dios en la Tierra.

Fuente: mdzol

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