domingo, 7 de noviembre de 2010

En Argentina estamos bien; lo que pasa es que no se nota.

La Inflación a toda máquina

Las mediciones privadas muestran un incremento del costo de vida en torno del 2,5 por ciento en la comparación de octubre contra el mes anterior, pese a que para algunos funcionarios del Gobierno, al igual que la preocupante inseguridad, la inflación no sería más que una sensación.

Aceptando la definición de la canasta básica de bienes del propio Indec para que un matrimonio con dos hijos menores supere la línea de pobreza, pero con los precios reales de octubre pasado, se llega a la cifra de 2017 pesos mensuales. Esta medición corresponde a la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL), que indica en un informe que el mayor aumento de precios se registró en los alimentos (4 por ciento).

El conocimiento de estas cifras coincidió con declaraciones oficiales de carácter defensivo o claramente escapistas y no exentas de agresividad. El ministro de Economía, Amado Boudou, afirmó que “hoy la inflación no está siendo un tema en grandes porciones de la población argentina” y que “tal vez les preocupe a algunos integrantes de la clase media alta”. Además, insistió en aquello que las evidencias desmienten: “La inflación que tenemos es la que publica el Indec”. En el mismo sentido, se manifestó el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández: “Lo de las consultoras privadas es un verso? mienten como perro”. Huelga hacer comentarios sobre lo absurdo e inapropiado de estas declaraciones.

No cabe duda de que la inflación ha echado raíces en la Argentina y que obedece a causas locales antes que externas. No podría esperarse una consecuencia distinta en vista de las políticas que han venido aplicándose en los últimos años. El empeño en privilegiar fuertemente el consumo sin haber creado las condiciones para la inversión e impedir así un similar aumento de la oferta de bienes debían terminar fatalmente en aumentos de precios.

Es también inflacionaria una política fiscal que en sólo siete años ha llevado el gasto público desde el 30 al 40 por ciento del PBI y que hoy desborda los recursos impositivos, requiriendo emisión monetaria vestida como transferencia de utilidades del Banco Central. No es casual que esta entidad haya tenido que modificar su programa monetario admitiendo expansiones que no puede frenar ni siquiera colocando letras en cantidades que ya son récord histórico. Es más que sintomático que se deba recurrir a Brasil para imprimir billetes de 100 pesos para suplementar a nuestra Casa de Moneda, donde las máquinas ya operan las 24 horas.

Una inflación mensual cercana al 3 por ciento significa, acumulativamente, algo más del 40 por ciento anual. Este ritmo nos coloca peligrosamente a la cabeza de los países con inflación. No es un dato leve para nuestra deficiente calificación como país receptor de inversiones, ya afectada por la falta de seguridad jurídica y por el incumplimiento de reglas y de compromisos internacionales.

Este nivel de inflación lleva, por otro lado, a la aparición de comportamientos que la autoalimentan. Aunque no haya indexación formal, en la carrera de precios y salarios se toman como base las mediciones privadas y, además, se hacen ajustes preventivos y anticipados. Esto ocurrió con los aumentos decididos en paritarias y se observa actualmente en el reclamo de reabrirlas por parte de los gremios que cerraron los primeros acuerdos a comienzos de este año. El sindicato docente es uno de ellos.

El marco externo se muestra hoy favorable para la economía argentina. Las bajas tasas de interés y la fuerte liquidez originada en la “expansión cuantitativa” practicada por la Reserva Federal de los Estados Unidos han reactivado los mercados financieros e impulsado el precio de las materias primas. También han generado un flujo de capitales hacia los países emergentes en busca de mejores rendimientos. La Argentina no logra atraer inversiones de largo plazo, pero recibe dinero especulativo, que unido al saldo comercial produce un excedente de divisas que adquiere el Banco Central con emisión. Esto alimenta, por un lado, la expansión monetaria, pero, por el otro, permite el mantenimiento de un tipo de cambio nominal cuasi fijo, que es en rigor el único instrumento antiinflacionario que expone el Gobierno. Sin embargo, en el marco de una inflación que tiene otras causas y no cede, esta política cambiaria será a la larga insostenible. La historia argentina es suficientemente aleccionadora respecto de las consecuencias de retrasos cambiarios.

Urge atacar la inflación en sus causas. Es todo un desafío en un año electoral en el que estarán contraindicadas las políticas serias, que con visiones cortas parecen poco atractivas. Debe saberse, sin embargo, que a diferencia de lo que dice el ministro de Economía, la inflación castiga a todos, y más intensamente a los asalariados -a muchos de ellos el impuesto a las ganancias les licua los aumentos nominales de salarios- y a los más débiles, quienes, aunque el Gobierno lo niegue, conocen sobradamente el negativo impacto sobre sus bolsillos.

Fuente : La Nación

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