lunes, 29 de agosto de 2011

Que ten­gan cui­dado los sofis­tas de Carta Abierta con la teo­ría de la vaca sagrada.


Cristina es la causante última del sinfín de iniquidades a la vista

Pero como una vaca sagrada a la que nadie puede rozar, en vez de asu­mirse como efi­cien­cia del des­qui­cio, con­vo­cará siem­pre a algún komi­sa­rio de la inte­lli­gen­tzia para sos­te­ner sin rubo­res que se trata de una cam­paña de hos­ti­ga­miento con­tra “el núcleo ético del kir­ch­ne­rismo”.

La vaca sagrada

Por Antonio Caponetto
Como en una incon­te­ni­ble cas­cada de fango, varios hechos se pre­ci­pi­tan últi­ma­mente con­tra el gobierno, mos­trando su natu­ra­leza inmo­ral y des­nu­dando la esen­cial dege­ne­ra­ción de sus protagonistas.
El des­ma­dre —y valga el juego de pala­bras— cobró fuerza inusi­tada cuando ya nadie pudo ocul­tar que la entente Bonafini-Schoklender no era sino una de las tan­tas aso­cia­cio­nes ofi­cio­sas dedi­ca­das a la estafa y al latro­ci­nio. Que­dará para el resar­ci­miento espi­ri­tual de los argen­ti­nos de bien, la ima­gen de los obre­ros con­gre­ga­dos en Plaza de Mayo para repu­diar aira­da­mente a las Madres, espe­tán­do­les, en la misma cosa que usa por cara, a Hebe, el ile­van­ta­ble insulto de ladrona. La mito­lo­gía seten­tista de estas ron­das mater­na­les, sobre la cual el kir­ch­ne­rismo cons­truyó parte sus­tan­tiva de su poder tirá­nico, ya no resiste la reali­dad. Tra­ba­ja­do­res explo­ta­dos rodea­ron e insul­ta­ron a las por­ta­do­ras de pañue­los blan­cos, mien­tras “poli­cías repre­so­res” evi­ta­ban que el pro­le­ta­riado lle­gara a las manos. El Mani­fiesto Comu­nista, aver­gon­zado, se escon­día en los anaque­les de la Bilio­teca Nacional.
Casi para­le­la­mente, gru­pos per­fec­ta­mente coor­di­na­dos de pique­te­ros —a todos los cua­les prohijó y alentó el ofi­cia­lismo durante años, tras la divisa garan­tista de no cri­mi­na­li­zar las pro­tes­tas socia­les— toma­ban por asalto terri­to­rios juje­ños, sal­te­ños y tucu­ma­nos, pro­vo­cando heri­dos de gra­ve­dad y algún muerto, ante la incom­pe­ten­cia homi­cida de los dis­tin­tos gober­na­do­res kir­ch­ne­ris­tas que, ase­dia­dos por el incó­modo mundo real, igno­ran qué hacer con sus esque­mas ideo­ló­gi­cos. A palos y lati­ga­zos, las pre­sun­tas fuer­zas de segu­ri­dad loca­les inten­ta­ron vana­mente con­te­ner a las nada inofen­si­vas hues­tes de oku­pas, mien­tras los spots publi­ci­ta­rios de la Casa Rosada nos ase­gu­ra­ban que la inclu­sión social ya es todo un logro. El epi­so­dio, tan fran­kens­tei­niano como el que comen­ta­mos en el párrafo pre­ce­dente, vuelve a mos­trar la mons­truo­si­dad de este modelo, cuya impu­di­cia pugna con su hipo­cre­sía, y su tiña com­pite con su indecencia.
Al fin, y para no pro­lon­gar una lista lla­mada a ser infi­nita, el ner­vudo Zaf­fa­roni —juez pre­di­lecto de los K, si los hay— exhi­bía una faceta sor­pre­siva de su impe­ne­tra­ble curri­cu­lum, con­sis­tente la misma (amén de la capa­ci­dad alma­ce­na­dora de algún peni­que en ban­cas sui­zas) en el mágico don de con­cer­tar casua­li­da­des múl­ti­ples. Así fue que, casual­mente, de la mañana a la noche, una media docena de sus pro­pie­da­des se llenó de bus­co­nas y de pro­xe­ne­tas, sin que el togado tuviera noti­cia de ello. Ni la ninfa Per­sé­fone, por cierto, puede empa­li­de­cer tanto candor.
Pero para ser rigu­ro­sos en nues­tro aná­li­sis, no son estas evi­den­cias de vicios horri­bles y de corrup­cio­nes sin cuento lo que más nos indigna, sino las tre­tas inve­ro­sí­mi­les del ofi­cia­lismo para pre­ser­var de res­pon­sa­bi­li­da­des a Cris­tina Fer­nán­dez de Kir­ch­ner. Suce­den las peo­res cosas a causa de ella, pero siem­pre hay un “filó­sofo” de guar­dia en su toca­dor, o un sal­vaje Aníbal en el excu­sado, que le dicta el pre­texto cir­cuns­tan­cial. Son los cam­pe­si­nos des­ti­tu­yen­tes, o los cita­di­nos asque­ro­sos, o los medios hege­mó­ni­cos, o los con­ju­ra­dos que hostigan.
Como una vaca sagrada a la que nadie puede rozar, así esté depo­niendo sobre el san­tua­rio, Cris­tina es la cau­sante última del sin­fín de iniqui­da­des a la vista. Pero en vez de asu­mirse como efi­cien­cia del des­qui­cio, con­vo­cará siem­pre a algún komi­sa­rio de la inte­lli­gen­tzia para sos­te­ner sin rubo­res que se trata de una cam­paña de hos­ti­ga­miento con­tra “el núcleo ético del kir­ch­ne­rismo”. No es ella la máxima pro­terva que eje­cuta una polí­tica de exas­pe­ran­tes iniqui­da­des.. Tam­poco “Él”, a quien con­ti­núa fiel­mente, y que des­cansa impo­luto en pata­gó­nica cripta. No son los tan­gi­bles hechos de per­ver­sión y los hom­bres con­cre­tos que los pro­ta­go­ni­zan, el pro­blema. No. La culpa es de los agre­so­res del núcleo ético, como far­fu­lló el bur­dé­gano Gonzalito.
Tamaño nomi­na­lismo ha lle­gado al ridículo extremo de que los impu­tados se anti­ci­pan a dar a luz sus anti­guas o nue­vas fecho­rías, pero en vez de enmen­dar­las o de some­terse al cas­tigo corres­pon­diente, lo hacen acu­sando a los hos­ti­ga­do­res del núcleo ético de que­rer dar­las a cono­cer a la bre­ve­dad. Nos avi­san de haber delin­quido, pero no por arre­pen­ti­miento que clama san­ción, sino para que se vea cuán insi­dio­sos son lo que, al poco tiempo, darán a cono­cer la noti­cia. Este es jus­ta­mente el famoso núcleo ético del kir­ch­ne­rismo: la falta abso­luta de una ética pri­vada y pública fun­dada en las vir­tu­des. La ausen­cia de todo decoro, de toda jus­ti­cia, de toda vera­ci­dad, de todo honor, de toda gran­deza. La deyec­ción hecha polí­tica. La puru­lenta secre­ción de las almas ren­co­ro­sas, con pala­bras de Ortega. La feca­li­dad, si se nos per­mite el eufemismo.
Que ten­gan cui­dado los sofis­tas de Carta Abierta con la teo­ría de la vaca sagrada. Puede durar un tiem­pito. Pero no esta­mos en la India, y a más de una res y un mulo la socie­dad argen­tina los car­neó para el pro­ver­bial asa­dito gaucho.

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